ARQUITECTURA
CUANDO LA UNESCO RECONOCIÓ LA 'ATENAS MADRILEÑA'
Alcalá de Henares y su Universidad revolucionaron, en mucho, y en diferentes planos, el Occidente europeo
Una ciudad patrimonial para bailarla en silencio
Cuenta la leyenda que Fernando el Católico, viendo que las obras de la primitiva Universidad de Alcalá de Henares lucían un poco pobres para lo que demandaba su carácter, el de lo que ya era España temible como vanguardia cristiana, pidió razones al Cardenal Cisneros. Y que aquél le lanzó el «En luteam olim celebra a marmoream» (otros harán en barrio y piedra lo que yo hago en mármol). Es una frase dicen que apócrifa, hay quien incluso la atribuye a Suetonio o a Vitrubio, pero bien viene a dar el perfil del dos veces regente de Castilla, inquisidor general, natural de Torrelaguna y hombre, explica Javier Rivera, catedrático de Historia del Arte de la Facultad de Arquitectura alcalaína de la UAH el perfil de Cisneros. No obstante, Gil de Hontañón dio las trazas maestras de la gracia plateresca.
Siendo un hombre que hace de gozne hacia el Renacimiento, el de Torrelaguna, hay que insistir, con todos los cargos llevando la Cruz hacia el avance de los tiempos y la ortodoxia, fue recriminado de alguna manera por la Iglesia por eso que decía Antonio Machado del torpe aliño indumentario. Tampoco era un intelectual 'sensu stricto', a los 'entenderes' de esta época, pero su vocación de hacer una ciudad de Dios dedicada al saber, su fe en la 'Biblia Políglota', le dieron de largo un puesto en el saber español.
El viajero llega entre polígonos varios y locales de boda en un vuelo gallináceo a esta Salamanca madrileña, a esta Lovaina en las puertas de la Alcarria, y encuentra la animación de una mañana navideña con la carencia de estudiantes que le dan y le quitan, no hay forma de saberlo. En la fachada del Rectorado, o en sus cercanías, hay cotorras en esa invasión silencios/ruidosa que le da algo pajaril a la mañana.
La Universidad de Alcalá de Henares está en fastos merecidos por su inclusión, junto con el recinto histórico de la propia ciudad, en el catálogo de la Unesco desde 1999. 25 años, que no es nada; o es un mucho. Un logro, que rememora Javier Rivera, con orgullo leonés, que en el mundo conocido sólo pueden exhibir la mentada Coímbra, la Universidad Central de Venezuela en Caracas, la Universidad Nacional Autónoma de México o la de Virginia. Javier Rivera enseña, y se dirá, Historia del Arte a los arquitectos. Y es Javier también como un patrimonio, otro, de la urbe.
En lo que llaman la manzana fundacional 'cisneriana', origen de todo, sobresale el Colegio Mayor de San Ildefonso, sede del rectorado; y de aquí, y dándole la espalda a Cisneros en una estatua, se penetra en la historia del saber. Cisneros, en lo arquitectónico de su ciudad universitaria, quiere «recrear la imagen de Dios»; por eso el de San Ildefonso ocupa la centralidad junto a otros 18 «colegios menores». Un número del Nuevo Testamento y en homenaje a Cristo. Nada es casual. Ni siquiera un alojamiento para estudiantes pobres, porque la leyenda negra, incluso en España, se desmonta pisando, oteando, contando.
25 años no son nada, o sí, en esta ciudad. Es y parece europea. El caminante que esto firma recibe lecciones de que en Alcalá el teatro de comedias nació vinculado a la mejora de los enfermos. También le cuentan que a la vecina Francisca de Pedraza la reconocieran como la primera víctima de género. Que en Alcalá ya hay registros de la primera mujer doctora, María de Guzmán, desde el año de Dios de 1787. «La doctora de Alcalá» la llaman, y en el imaginario real de la ciudad llevan muchos hitos en la Humanidad. Como el de que, además de la Biblia Políglota ponderada por Cisneros para que en latín, griego, arameo y hebreo quedara meridiano el mensaje, el plano de ciudad universitaria «fuera llevado» a América. Previo paso, claro, por San Cristóbal de la Laguna. Más allá, y Rivera no puede ocultar la sonrisa, «Alcalá de Henares revolucionó el mundo», fue la «única universidad que en los estudios de Medicina diseccionaba cadáveres». Y hasta los estatutos de la institución inspiraron, casi letra por letra, los de 23 universidades latinoamericanas.
Es este un recorrido más paseante que puramente histórico, acaso porque las universidades son seres de vida y transmisión de conocimiento. En Alcalá desde que el 20 de mayo de un lejano 1293, fuera fundada por Sancho IV el Bravo y el arzobispo de Toledo Gonzalo Pérez Gudiel. Por eso mismo, el hilo histórico, ante la magnificencia del patrimonio material e inmaterial queda en un segundo plano. Y es justo que así sea.
Señala Rivera (de zona de vino, Palencia y León, pasando por Valladolid, insiste en esa 'v') , que, más allá, llegando al mercado acaba la ciudad: un arco en el suelo recuerda que la máxima autoridad podía desde allí ver los toros. Avanza la mañana, y se penetra, antes que las guías en todos los idiomas imaginables. El sol duro de Castilla templa la mañana en los patios, y Rivera, cicerone didáctico, explica que en la Universidad sólo estaba permitido el latín. Y aún así, en Alcalá de Henares llegó a ver doce imprentas para mil personas.
Van y vienen anécdotas, que eleva a categoría o a propia historia. Como cuando medio Siglo de Oro, entre ellos Don Francisco de Quevedo y Villegas, «mujeriego», fue bajado en una cesta en un lance de amoríos a los que fueron tan aficionados: «Ni voy ni quedo, que soy Quevedo». Y es que antes de entrar a lo arquitectónico, está el patrimonio inmaterial. El que da a Alcalá el simpático privilegio de ser la cuna de los gorrones: léase los que se dejan invitar por los egresados y los lectores. O que tiempo antes, cuando Cisneros tiene conocimiento de que Salamanca jubila a Elio Antonio de Nebrija, le ofrece alojamiento y seguir con la docencia. A él, que acuñó algo que debería estar en el frontispicio de los departamentos de Románicas: «La lengua compañera del imperio».
Ya dentro del Patio de Escuelas o de Santo Tomás de Villanueva están las tres instancias; Javier saluda al personal académico, y sale uno al resol, tan tibio que saca matices a la piedra berroqueña; también a la caliza de El Vellón. Entre otras particularidades, en las dependencias del recinto académico, la jurisdicción era la universitaria, no la común. Tales eran sus prebendas.
Hay silencio en la Capilla de San Ildefonso; ya Rivera cuenta que, en «materiales pobres», cuando fraguaban, se tallaban las filigranas. El artesonado mudéjar impresiona, y parece que amortigua las voces, respetuosas y doctas en casi todo. Y al fondo, en perspectiva, el sepulcro del Cardenal Cisneros. Mirando hacia el pueblo de Alcalá, en una muestra de «orgullo alcalaíno», que ya lo tenía como «un santo», dijera el Vaticano lo que dijese.
Ya está el pueblo de Alcalá de Henares en otros menesteres avanzando el tiempo. Con la memoria de lo que fueron. Trasladada a cachos la universidad a Madrid, en 1851, los vecinos crean la Sociedad de Condueños, según Rivera, el primer ejemplo de 'sociedad civil' para que el tesoro de las ciudad no se perdiera.
Todos pusieron dinero. Y quizá eso no lo sepan muchos. El pueblo dijo «esto no se puede perder», y ahí queda el hito. Incluso legos en materias del conocimiento.
En realidad, la UNESCO ponderó en su día que Alcalá fuera la primera Universidad planificada de toda la Edad Moderna; que sobre esto la ciudad fuera concebida como sostén de una institución académica en aquello que el Urbanismo, y Javier Rivera mentó al principio, llaman «Ciudad de Dios», el 'trazo divino' de las calles. Pero es que en este breve viaje no se pueden desdeñar ni la mentada Biblia Políglota ni que fue la cuna del escritor por antonomasia: Miguel de Cervantes Saavedra. Amén de haber tenido entre sus aulas a mucho de lo más granado del Siglo de Oro.
Hoy la ciudad late, y late más cada 23 de abril en el Paraninfo («donde están todas las ninfas») con la solemne entrega del premio más preciado de nuestra literatura: el Cervantes.
Con todo, hay que hacer caso a la reflexión del historiador del Arte, Jaime Moreno en la ciudad. «Observar el magisterio de la 'Complutum' Imperial, la elegancia de las formas de Gil de Hontañón y Alonso de Covarrubias, los amores del Arcipreste, el cervantino ambiente de la ciudad recogido en el corral de comedias, la intimidad de las Bernardas o la Puerta de Madrid de fines del XVIII que da salida a la modernidad del museo moderno de escultura al aire libre, la Gasolinera de San Isidro o la Rotonda de Forges. Cultura de todos los tiempos para una ciudad eterna». Ahí es nada.